(Llevo muchos años trabajando para lo público pero no soy un personaje público. Os dejo estas líneas para los y las que naturalmente os preguntáis por mi trayectoria ahora que opto por la secretaría general del PSOE. En otro lugar expondré mis motivaciones.)
Tras colaborar con Michel Rocard en el PS francés en 1993, me afilié al PSOE en Bruselas en julio de 1999. Fue un acto de razón, el resultado de un viaje personal desde la filosofía política a la acción política. Aunque un acto de razón al servicio de una obsesión: cambiar el mundo. Así de simple, de utópico y de ingenuo. Con los años, el contacto con los compañeros y compañeras del exterior, muchos de ellos y ellas exiliados políticos o económicos, convirtió la afiliación racional en una militancia de corazón. Sus experiencias me han permitido ser testigo de hasta qué punto nuestras condiciones de vida dependen tan directamente de la política, ya sea para bien o para mal, lo cual reafirmó mi convicción de que la política es una palanca fundamental para cambiar el mundo, y el socialismo la vía para que ese cambio sea más justo.
Trece años después aquí estoy ante el reto de optar a la secretaría general del partido. Ha sido un paso inesperado fruto del amplio apoyo obtenido por las propuestas de cambio de Bases en Red. Creo sinceramente estar preparado para ello, de lo contrario incurriría en una falta de respeto a los compañeros y compañeras imperdonable. Como no soy un personaje público, quisiera compartir mi trayectoria para que podáis juzgar vosotros mismo mi grado de preparación.
Mi experiencia política y profesional van de la mano. Mi trabajo en la Comisión Europea, a la que accedí por oposición en 1995, me ha permitido trabajar en distintos ámbitos. Primero coordiné proyectos de investigación socioeconómica sobre innovación, crecimiento y empleo. Un lujo: seguir los trabajos de los mejores economistas de Europa sobre qué factores afectan al crecimiento y cuáles son los resortes de la creación de empleo. Me quedó clara la importancia del modelo productivo, del sistema de educación, de las relaciones laborales, de la I+D+i, de la cohesión social. El análisis riguroso me permitió desmontar dogmas y reconocer la centralidad de la política para promover un marco favorable a un crecimiento social y medioambientalmente responsable.
A continuación tuve la oportunidad de trabajar para el presupuesto europeo. Un encuentro con la cruda realidad: en el presupuesto se refleja la verdadera voluntad política de los Estados miembros. Muy formativo a la vez para ser capaz de concebir políticas que puedan contar con un respaldo financiero apropiado. Es además una escuela de negociación sin igual, incluidas las larga noches en el Consejo Europeo. Mi experiencia presupuestaria fue la clave para que el Vicepresidente Kinnock me incluyera en su equipo de seis personas al que se nos encargó rediseñar de arriba abajo el funcionamiento de la Comisión Europea después de la dimisión de la Comisión Santer en marzo de 1999 por irregularidades de gestión. Fue un aprendizaje no sólo de cómo concebir una administración pública, eficaz, eficiente, responsable y transparente, sino que sobre todo me sirvió de escuela sobre cómo liderar procesos de cambio profundo en organizaciones donde la clave está en las personas.
Para el siguiente puesto elegí las relaciones exteriores. El destino hizo que coincidiera con los atentados de septiembre de 2001 y el cambio radical de paradigma en el orden mundial. Hice labores de coordinación de la asistencia antiterrorista de la UE a la Autoridad Palestina y elaboré propuestas de lucha antiterrorista en Asia Central. Cuestiones graves, duras, de las que ponen a prueba el temple y la capacidad de decisión. El paso por exteriores me dejó a la vez un sabor amargo (la frustrante timidez y, a menudo, hipocresía de las diplomacias europeas) y esperanzador (el enorme potencial transformativo de la UE si los europeos actuáramos con una sola voz). También me fui con el convencimiento de que la seguridad, la prevención de conflictos y la paz se obtienen con la política antes que con las armas, aunque estas puedan ser necesarias, sobre todo a efectos disuasorios.
A finales de 2004 me ofrecieron una oportunidad de oro: unirme al gabinete de Joaquín Almunia en la cartera de Asuntos Económicos y Monetarios. Han sido más de cinco años intensos y exigentes al lado de una persona excepcional. Su rigor intelectual te obliga a preparar las cuestiones a fondo, con datos fiables y razonamientos sólidos. Su aguda visión política te pone sobre las pista de los ejes adecuados de actuación. Su afabilidad y sencillez te enseña que se puede ejercer las más altas funciones sin perder el sentido de la realidad y la cercanía. Una experiencia de por sí apasionante pero que lo fue aún más a causa de la crisis financiera y económica mundial.
Vivir en primera fila una crisis de las dimensiones de la actual da para escribir un libro, y no es un tópico. Sólo resaltaré aquí dos lecciones de esos tres años de actividad frenética en la búsqueda de respuestas y de reuniones del G-20 o del Ecofin. La primera es, por un lado, la clamorosa necesidad que tienen la economía y los mercados de la política para funcionar correctamente, la autorregulación es una falacia, y, por otro lado, la incapacidad actual de la política para ofrecer respuestas eficaces por creer precisamente que no era tan necesaria y no haber, por lo tanto, elaborado un marco de regulación sólido y viable. La segunda es la imperiosa necesidad de dotarse de mecanismos supranacionales, técnicamente efectivos y democráticamente responsables, que permitan al poder ciudadano intervenir más allá de las fronteras nacionales y regular las dinámicas globales económicas y financieras.
El trabajo en el gabinete me permitió igualmente un contacto intenso con los entresijos gubernamentales españoles y autonómicos (no olvidemos que una gran parte de las competencias autonómicas están reguladas por la normativa comunitaria), además de viajes frecuentes a España y reuniones con responsables políticos y medios de comunicación.
Ahora he vuelto a la Dirección General de Presupuestos a ocuparme de instrumentos financieros innovadores en el próximo marco financiero plurianual 2014-2020.
Mi experiencia orgánica se ha desarrollado esencialmente en el seno del PSOE Europa, la federación del exterior de agrupaciones socialistas en Europa. Fui secretario general de mi agrupación, la de Bruselas, durante dos mandatos. No opté al tercero por coherencia con la limitación de mandatos en la que creo. Mi sucesora la eligieron los militantes en unas primarias locales en las que me mantuve neutral. En el PSOE Europa fui vicesecretario general y secretario de organización durante más de siete años. Fueron años de trabajo intenso para dotar al partido en el exterior de una infraestructura orgánica y electoral permanente. Muchas horas arrancadas a la familia para viajar a las agrupaciones por Europa, abrir agrupaciones nuevas, dinamizar a las existentes y hacer de todo en los actos, desde tomar la palabra hasta limpiar la sala al terminar. Un trabajo agotador pero gratificante: la militancia en el exterior es un compromiso esencialmente de principios ya que no hay cargos públicos a repartir.
He participado en la mayoría de los congresos federales y conferencias políticas de los últimos ocho años. He asistido a numerosas reuniones en Ferraz así como a un par de ellas del Consejo Territorial. No he sido miembro del Comité Federal porque defiendo la no acumulación de cargos. También he tenido la oportunidad de colaborar con otros partidos socialistas europeos y conozco bien el entramado político estadounidense tras seguir una formación en la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard en octubre-noviembre de 2006 y gracias a viajes frecuentes a Washington.
Toda esta experiencia no ha hecho más que confirmar la intuición inicial que en los años universitarios me llevó a profundizar la filosofía política: el futuro de la democracia es la democracia participativa y deliberativa, en complemento de la representativa. La democracia de calidad sólo es posible si se sostiene sobre dicho trípode y el futuro de nuestras sociedades sólo será mejor si avanzamos en la calidad de la democracia, tanto a nivel local como global. Hay muchas razones para la desazón, pero también hay motivos para la esperanza porque la pulsión de libertad y de democracia es, aunque con accidentes y desviaciones, el motor de la historia (véase por ejemplo, recientemente, la «primavera árabe»).
Por eso me considero muy afortunado por todo lo que la Comisión Europea y el PSOE me han permitido vivir. Soy ingeniero químico y empecé mi carrera profesional en el sector privado, que también fue una experiencia positiva, pero comprendí a tiempo que tenía vocación de servicio público. Hay muchas maneras de servir a nuestros conciudadanos/as, la secretaría general del PSOE es una posición privilegiada para ello, pero incluso si la alcanzo será una función temporal y espero servir lo público y el avance de la democracia muchos más años.
Seguiremos esta conversación por el camino.