Necesitamos también unas primarias de las ideas

Muchos reprochan al movimiento del 15-M que no tengan propuestas concretas. Vamos a ver si nos ponemos de acuerdo sobre el papel de cada uno: ¿cuando los espectadores de un partido de fútbol abuchean a los equipos por jugar mal, alguien les responde que bajen ellos al terreno de juego a ver si son capaces de marcar un gol? ¿Se les llama anti-fútbol? Pues eso.

Además no es verdad que no tengan propuestas, han conseguido pactar un documento con reivindaciones concretas y esto tiene mucho mérito. Recuérdese que cuando se lanzó en febrero la Red de Convergencia Ciudadana con el apoyo de escritores como Almudena Grandes (¿alguien se acuerda? ¿en qué ha quedado la iniciativa?), los impulsores explicaron que no se molestaron en redactar un manifiesto porque por experiencia sabían que tardarían días en ponerse de acuerdo sobre dónde colocar una coma. Yo fui testigo de la incapacidad de este tipo de movimientos para pasar del acto de protesta a las propuestas cuando me invitó Attac en el 2000 a un dar una charla sobre democracia deliberativa. Se trataba de un congreso de los antiglobalización que estaban en pleno auge tras el éxito de las manifestaciones de Seattle de 1999 contra la asamblea del FMI y del Banco Mundial. La asamblea que debía adoptar una serie de reivindaciones duró un día y una noche sin resultado…

Una crítica similar se hace del Foro Social Mundial que empezó en Porto Alegre hace unos años. Sin embargo, hoy es una realidad que gracias a esos movimientos el famoso «consenso de Washington» (liberalización, desregulación, privatizaciones) que imponían el FMI y el Banco Mundial, los dos con sede en Washington, se ha resquebrajado y que las recetas de estos organismos para los países en vías de desarrollo se han vuelto algo más sensatas (importancia de la cohesión social, permitir cierto control de capitales, etc.). Parte del mérito es también del premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz que fue economista-jefe del Banco Mundial.

Volviendo al 15-M, deberíamos considerarlo como la expresión legítima de un descontento. La pelota está ahora en el tejado de los partidos políticos, y no estoy hablando de la inmediatez de las elecciones del 22-M. Me refiero a la reflexión que nos toca hacer sobre el funcionamiento de los partidos y cómo hacerlos más abiertos y receptivos hacia las preocupaciones de los ciudadanos.

Comprendo la desazón que nos puede causar, a los que militamos en el PSOE, ver que hay gente con conciencia cívica que llama a no votar a ninguno de los grandes partidos, a sabiendas de que ello favorecerá al PP y que el estado de cosas que critican no hará más que empeorar. Pero no nos equivoquemos: la responsabilidad de que no nos voten nunca será de ellos sino nuestra. Podremos criticar al que prefiera ir a la playa el domingo en vez de votar, pero no al que se ha informado, ha manifestado, lleva semanas recibiendo como única información política en el telediario las soflamas de los mítines (bien es verdad que si no ha habido debates es por culpa del PP) y, al final, no se muestra convencido por nuestros argumentos. ¿No será porque la democracia hay que hacerla vivir, es decir hacerla realmente participativa y reactiva a la voluntad de los ciudadanos, todos los días y no solo en campaña electoral? 

Reflexionemos sobre ello y actuemos en consecuencia en las próximas semanas: las primarias no deberían ser solo unas primarias de las personas, necesitamos también unas primarias de las ideas.

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